Fue terminado hacia 1630 por orden del gobernador Francisco de Murga, continuando hacia el sur la obra comenzada por Cristóbal de Roda tres décadas antes. Proyectado para defender el istmo de Bocagrande y la Bahía de las Ánimas, este baluarte inicialmente conocido como de los Moros, cambió su nombre al igual que su traza debido a la proximidad del colegio de la Compañía de Jesús.
La primera muralla edificada en este tramo se levantaba sobre unos terrenos de los Jesuitas, los religiosos terminaron por horadar la muralla y construir su colegio y el claustro sobre ella, invalidando así su función defensiva. Después de una disputa que se prolongó treinta años, se decidió desplazar la muralla hacia el exterior creando una calle que permitiera el paso de ronda entre el colegio y la futura muralla, siendo la Compañía la encargada de abonar los costes de la nueva construcción.
Al desplazar la muralla fue necesario adelantar también el San Ignacio. Sería Juan de Herrera y Sotomayor quien hacia 1730 le diera su dimensión actual, dotándolo de un garitón barroco, amplio solado, planta irregular y rampa de acceso.
A finales del siglo XVIII, el ingeniero Antonio de Arévalo realizó algunas obras de acondicionamiento que le dieron su aspecto definitivo hasta principios del siglo XX, cuando se levantó en su plataforma el monumento a la Bandera, que añadía una escalinata y jarrones de cemento. La restauración llevada a cabo en 1969 por el Ministerio de Obras Públicas devolvió su esplendor pretérito al baluarte, reponiendo sus parapetos, recuperando la explanada, reconstruyendo el tendal y descubriendo la rampa de acceso.
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